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La arquitectura verde en realidad es sostenible?

La arquitectura verde en realidad es sostenible?

Resulta natural vincular el término ‘sostenible’ con la imagen de lo verde, aunque esta no sea en absoluto una relación inevitable.

En cuanto atañe a los vínculos que los edificios establecen con el medioambiente (y evoca a mayores la idea del planeta como una reserva vulnerable que debemos cuidar), lo sostenible suele ilustrarse con construcciones que pueden ser verdes en un sentido metafórico, como aquellas que no derrochan los recursos de su entorno y saben establecer con él una relación de continuidad. Pero los arquitectos, quizá por encontrar explorar un nuevo estilo o bien para comunicar con el público, suelen hacer de lo ‘verde’ una referencia menos metafórica que literal, de suerte que los edificios acaban colonizados de vegetación, como si fueran una especie de estructuras geológicas sobre las que el tiempo hubiera ido depositando plantas para configurar un nuevo paisaje natural. Este sería el caso de los edificios groseramente verdes como los de Kean Yeang y de los sutilmente verdes como el Bosco Verticale de Stefano Boeri a las afueras de Milán.

En la arquitectura ‘sostenible’, la imagen de lo verde —cara organicista de la misma moneda ecológica— a veces se opone a la cruz tecnocrática, aunque lo más habitual es que ambas convivan. Así, ‘lo verde’ acaba denotando también la arquitectura que, a través de todo tipo de mecanismos —desde paneles termosolares y fotovoltaicos hasta calderas de cogeneración—, es capaz de no emitir CO2 y de producir más energía de la que consume; todo ello, claro, de acuerdo a un cómputo que no suele incluir la energía gastada o los gases emitidos en la fabricación, transporte, puesta en servicio y ulterior reciclaje de los materiales y aparatos que componen el presunto edificio ‘verde’.

Por estas razones, tanto en su versión organicista de los edificios-planta como en la tecnocrática de los edificios-máquina, lo sostenible corre el peligro de convertirse en un rasgo diferencial de estilo más o menos explícito, y que se incardina en esa arquitectura con etiqueta y especializada que compite por obtener certificados medioambientales. Así las cosas, tal vez resulten más relevantes aquellos proyectos en los que la sostenibilidad no es sólo una imagen de marca, sino una exigencia a la que se da respuesta —como se le supo dar en los mejores edificios de la historia— atendiendo a la energía, pero también a la materia y la forma, e incluso a la ciudad.

Un ejemplo paradigmático de esta sostenibilidad escueta, que no hace alarde de su compromiso pero que resulta eficaz, sería el de las oficinas de Baumschlager Eberle en el Tirol austriaco, en las que la sabia combinación de la inercia térmica con la ventilación natural hace que los sistemas mecánicos de producción de energía resulten innecesarios.

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